Parece que hace una eternidad de aquel 1995 en el que Nicholas Cage era un actor muy respetado que ganaba el Oscar por Leaving Las Vegas, película en la que interpretaba a un escritor que iba a la ciudad del pecado para emborracharse hasta morir. Dejando de lado lo sobrevaloradísima que estaba todo aquello y que Cage molaba más en Con Air, hay que decir que retrataba muy bien esa mezcla de adicción y depresión que caracteriza el alcoholismo, ese agujero negro que es capaz de destruir la vida del alcohólico y de todos los de su entorno. El arranque del segundo volumen de Horizonte Rojo nos cuenta que da igual que estés en el siglo XXIII o en el XVII, el diablo sigue estando en la botella…
Hace cosa de un año ya repasábamos el estreno de la saga de ciencia ficción de mi camarada Rocío Vega -que hay que conseguir que se haga rica y pueda darme jamones, maldita sea- y nos encontrábamos por primera vez con esa galaxia sucia llena de fracasados que le saca los colores a todos esos estirados de Mass Effect. Hablamos de la historia de Rea Kerr, esa mercenaria alcohólica que fracasa en absolutamente todo lo que hace y cuyo único refugio es una mezcla de sexo, violencia, culpar a los demás de sus problemas y sobre todo alcohol, mucho alcohol. Porque si en la novela anterior podíamos hablar de ella como la capitana de un grupo de mercenarios que va cayendo en desgracia pero a que a veces tiene algún destello de esperanza, en esta entrega la vemos caer de lleno, sin ningún margen para nada que no sea el fracaso. El propio relato, narrado de forma no lineal para reflejar su quebrado estado mental y emocional, nos transmite la depresión de la protagonista dándonos una sensación claustrofóbica que a ratos nos hace querer mirar para otro lado y ahogar nuestras penas en alcohol o peor, jugar a World of Warcraft.
Y no es que no volvamos a tener escenas de acción, ni a rudos mercenarios soltando comentarios racistas, sólo que ahora lo que vemos es que aquella mercenaria incompetente que siempre resultaba herida en cada tiroteo -en serio, a Kerr le toca nacer un par de siglos antes y no sobrevivía ni a su primer libro- ya ha agotado su crédito de victorias personales y lo único que le queda son las derrotas, una tras otra. Hablamos de una historia en la que la autora disfruta perversamente de hacerle creer al lector que las cosas irán a mejor, que existen los finales felices, sólo para poder pegarte una puñalada trapera en el peor momento, cosa que estoy convencido de que tuvo que aprender de mi persona porque llevo maltratándola psicológicamente desde que nos conocemos. Pero tampoco puede quejarse, que si yo fuera amigo de Scott Lobdell ya vería ese juntaletras…
Mientras tanto, en segundo plano y perdidos entre los delirios etílicos a los que nos somete esta entrega, se nos van introduciendo razas alienígenas nuevas, misterios supuestamente intrascendentes que tienen pinta de ir más allá. Porque uno puede jugar a especular que es realmente lo que se mueve de fondo y los juegos de poder que se trae el personal, pero lo que está claro es que el mundo de Rea Kerr es uno muy pequeño dentro de una galaxia muy grande, y a veces se echaría de menos tener una perspectiva más grande de la situación y no centrarnos tanto en cuantas veces vomita la protagonista y con cuantos hematomas se ha despertado esta mañana. Horizonte Rojo parte 4 sabe a poco y tiene pinta de ir a darnos mucho más, porque seguimos sin saber quién gobierna la galaxia, cómo está organizada y que carajo de guerras se montó la humanidad cuando salió al espacio a buscar bronca. Las dos siguientes partes que conformarán el volumen 2 de Horizonte Rojo irán saliendo a lo largo de este año editadas por la Editorial Café con Leche y también el recopilatorio en papel que espero que caiga para navidades, que es la época ideal para dar rienda suelta a nuestro alcoholismo.