Jeff Lemire se ha convertido en muy poco tiempo en uno de mis autores de cómics favoritos gracias sobre todo a su trabajo en Trillium, por lo que en cuanto supe de su nuevo proyecto, que este estaría englobado de nuevo dentro del género de la ciencia-ficción y que además estaría dibujado por Dustin Nguyen, supe que probablemente me iba a encontrar ante uno de mis próximos comics favoritos. Y tras haberme leído los seis primeros números (para que Diógenes no se pueda quejar) me atrevería a decir que me quede algo corto con mis expectativas.
En el Megacosm se encontraba un paraíso tecnológico formado por nueve mundos y otras tantas razas que bajo el gobierno del Consejo Galáctico Unido habían disfrutado durante mucho tiempo de una coexistencia relativamente pacifica en la que los únicos problemas que tenían podían resolverse mediante la diplomacia y las tareas más pesadas estaban a cargo de los omnipresentes robots. Pero todo aquello cambió el día en el que nueve gigantescos robots de origen e intenciones desconocidos, y a los que se acabo llamando Harversters, arrasaron sin motivo aparente los nueve mundos y desaparecieron dejando tras de sí unas civilizaciones casi en ruinas gobernadas por la desconfianza y el pánico al regreso de sus misteriosos agresores.
Diez años después las cosas han cambiado radicalmente, el miedo a los Harvesters desato una oleada de “robot-fobia” que acabo con todos los ayudantes mecánicos que hasta entonces habían resultado ser tan útiles y las relaciones entre los mundos vecinos son tensas cuando no inexistentes o agresivas. Es en ese momento y ajeno a todo lo sucedido en esa década, cuando en la lejana colonia minera de Dirishu-6 despierta Tim-21, un pequeño robot con la personalidad de un niño y diseñado para hacer compañía a los humanos. Tim-21 se encontrara tras su despertar con la desagradable sorpresa de que no solo su “familia” humana ha desaparecido, sino que parece que todo el mundo quiere poner sus manos sobre el por distintas razones y sobre el que parece recaer muy a su pesar el destino de todos los habitantes del Megacosm.
Tomando elementos clásicos tanto del comic como de la literatura de ciencia-ficción (Esos Harvesters que parecen Celestiales o esos robots que parecen tener cerebros positrónicos) Jeff Lemire ha construido un bonito y emotivo relato en el que en medio de toda la muerte y destrucción que les rodea, lo realmente importante parece ser la vida de un niño. Porque eso es lo que es Tim pese a su origen artificial, un niño pequeño y asustado que ha perdido a su familia y se ha visto envuelto en una situación que no comprende y de la que muchos esperan demasiado de él. Si, Lemire no nos cuenta nada que no hayamos visto antes multitud de veces (es imposible no acordarse del A.I de Spielberg o de los robots de Asimov), pero nos lo cuenta muchísimo mejor que la mayoría y se ha guardado unas cuantas sorpresas en la manga que harán que la historia acabe siendo algo diferente de lo que parecía en un principio.
Y por mucho que me guste el trabajo de Jeff Lemire, agradezco que en esta ocasión se haya limitado a escribir y las responsabilidades gráficas hayan caído en alguien con tantísimo talento como Dustin Nguyen. Su impecable sentido de la estética, una habilidad impresionante para diseñar civilizaciones y tecnologías de otro mundo y esa forma de combinar la tinta con las acuarelas sin sacrificar en ningún momento la expresividad de sus personajes, incluso de los robots, hacen que cada página de Descender sea todo un placer para la vista. Todo esto hace que resulte difícil, por no decir casi imposible, leer este comic sin detenerse a cada rato para admirar cada detalle de sus páginas.
La moda de la ciencia-ficción en el cómic es algo que sigue imparable, y a estas alturas creo que ya sobra incluso lo de llamarla moda, porque parece que es una tendencia que ha llegado (de nuevo) para quedarse, algo de lo que yo no podría alegrarme más. Sobre todo cuando dentro lo que nos encontramos dentro del género son obras con tantísima calidad por los cuatro costados como este Descender de Lemire y Nguyen.