Cuenta Jim Shooter que su primer mes como jefazo de Marvel fue un infierno. Tuvo que lidiar con ladrones del dinero de suscripciones, gestiones dudosas del pago a freelancers y hasta los elementos se aliaron en su contra para provocar el peor invierno en muchos años. Pero lo peor, probablemente, fue hacer de malo. Porque el uno de enero de 1978 entraba en vigor una nueva ley de copyright según la cual todo el que produjera contenidos para una empresa tenía que renunciar expresamente en su contrato a cualquier tipo de derechos sobre el contenido creado. Ver eso en su contrato no le iba a gustar a nadie…
Y no, no les gustó nada. Era cierto que DC había sido más lista en todo esto y había ido introduciendo la cláusula poco a poco en sus contratos, pero Marvel hasta entonces había sido «la buena». La editorial que más o menos te perdonaba los retrasos o te pagaba bajo mano algún que otro cómic por adelantado, mientras DC estaba llena de rigidísimas reglas. Shooter había llegado y se había obsesionado en acabar con los retrasos, hacer más rígidos los pagos y para colmo meter de la noche a la mañana un contrato específico para renunciar a todos los derechos sobre los contenidos que creaban. Los autores estaban tremendamente enfadados, y se negaron a firmar ese contrato. La gente los rompía en sus narices, o directamente se negaban a coger ese pedazo de papel. Shooter ya no sabía que hacer, sus jefes le exigían que esos contratos fueran firmados, y todos los autores se negaban a hacerlo. Al poco tiempo multitud de copias de los contratos aparecieron empapelando la entrada del edificio en el que estaban las oficinas de Marvel, todas ellas con mensajes contra Shooter y a favor del Sindicato de Creadores de Comics que acababa de crear un tal Neal Adams, el mismo que se los había puesto de corbata a DC Comics con el juicio de Siegel y Shuster por Superman…
Pero vamos a dejarnos de dramas sindicales y vamos con el trabajo de Shooter de guionista. Por aquella época trabajaba de apagafuegos en unas cuantas series, y tras la espantada de Gerry Conway a DC en 1977 le tocó escribir y finalizar algunos de los números que el creador de El Castigador había dejado a medias. Un número de Los Vengadores -del cual ya hablaré más adelante-, otro de Daredevil, un Spectacular Spider-Man… Y precisamente de ese cómic vamos a hablar aquí, un cómic que en España se publicó en la colección Pocket de Ases de Bruguera y que merece la pena recordar para que nos demos cuenta de cual era la situación creativa en Marvel. Con todos vosotros el tercer número de la segunda serie del trepamuros en una historia titulada «…And there was the Lightmaster!»
La cosa empieza con Spiderman fastidiado porque claro, Gerry Conway se ha largado y ha dejado la historia de Tarántula a medias. Tarántula, para el que no se acuerde, era aquella especie de hijo bastardo de El Zorro y Batroc que mataba a sus víctimas con el veneno de los aguijones que llevaba en la punta de sus botas, como si los aguijones de por sí no fueran ya lo suficientemente grandes como para perforarte un par de órganos vitales. La cuestión es que Tarántula había estado trabajando para un tipo llamado «el Líder» -no confundir con El Lider, el enemigo de Hulk- que por lo visto lo traicionó a última hora y lo tiene encerrado en su sótano. Para cuando Tarántula consigue liberarse al principio del número, el Líder en cuestión lo revienta con un fogonazo de luz y revela que en realidad es… Lightmaster, o el Amo de la Luz como se lo conoció por estos lares.
Lightmaster tiene el oscuro privilegio de ser uno de los primeros antagonistas de Spiderman que conocí en mi más tierna infancia. Otros conocen a Spiderman por historias en las que se pega contra el Doctor Octopus o el Duende Verde, pero yo tuve que conformarme con un notas cuyo poder era lanzar rayos laser y hacerte el Taiyoken de Ten Sin Han. Por el momento poco podemos contar de él, asi que volvamos con Peter Parker y su maravillosa vida social, que por los visto sus amigos Flash Thompson y Glory Grant parecen empeñados en despertarlo a golpe de Elton John (es 1977, entendedlo).
Los tres amigos acaban en un restaurante de tíos pintas -que sí, que es 1977- y allí Flash se encuentra con Sha Shan que… Bueno, esto es un poco embarazoso. Resulta que Flash Thompson fue a Vietnam. Sí, a Vietnam, la guerra aquella a la que fueron los abuelos de muchos de los lectores actuales de la serie. La cuestión es que con los años se fue retconeando la historia a que Flash fue a Iraq o algún sitio así, pero lo que no se podía apañar muy bien era como podía haber conocido en la guerra de Afganistán a una vietnamita como Sha Shan. Que sí, que oriente medio está más o menos en Asia, pero no tan en Asia como para que Sha Shan sea tan asiática. Asi que no os extrañe que el personaje haya desaparecido prácticamente por completo y que Flash se haya liado desde entonces con la gata negra y sus traumas de guerra hayan ido en otra dirección. Aun así, y para lo que nos interesa en esta historia, el que este Sha Shan o no nos da igual, porque lo que nos importa es que Peter ve que del ayuntamiento salen luces raras y decide escaquearse de sus amigos para investigarlo…
Vaya, el Amo de la Luz -dios, me encanta este nombre- esta secuestrando a un tal Goldin, que por lo visto es el «city controller», sea lo que sea eso. Spiderman se da de tortas con el Amo y descubre muy dolorosamente que el villano también puede crear sólidos de luz al más puro estilo Green Lantern, con lo que magullado y cegado, Spiderman no puede hacer nada para detener al Yellow Lantern de pega.
Que dura es la vida de Peter Parker, que tiene que hacer trabajo periodístico para investigar a dónde puede haber ido a parar su enemigo. La escena es un pelín farragosa, porque Robertson le enseña a Peter el archivo de obituarios y el chaval encuentra lo que busca de un solo vistazo, cosa que deja tremendamente sorprendido al editor. Es raro, es absurdo, como si Sal Buscema hubiera dibujado una cosa tan increíble como para que Shooter no fuera capaz de escribir un diálogo que hiciera la escena verosimil.
Y aquí tenemos la escena final, con Peter descubriendo la verdadera identidad del malo y enfrentándose a él en una batalla final que provocará un apagón en Nueva York… Igualito al apagón de 1977, con la diferencia de que este cómic se publico seis meses antes del susodicho apagón; ¿es Jim Shooter adivino? No los sabemos, pero de lo que estoy seguro es de que la nostalgia es muy mala. Recordaba con cariño este cómic y las gafas de la nostalgia me siguen impidiendo ver muchos de sus defectos, pero hay que reconocer que tiene unos cuantos absurdos y coincidencias extrañas que hacen que el cómic sea un pelín inverosimil. Tiempos mejores vendrían para Spiderman y para el propio Shooter, pero eso mejor dejarlo para la semana que viene…