A veces cuando se habla de la historia de Batman en las últimas décadas parece que entre la publicación de Año 1 y la Caída del Murciélago solo hubo un gran vacío, algunos lo llevan más allá y ese vacío llega hasta la época de Rucka Y Brubaker, y mejor no hablamos de esos que actúan como si antes de Scott Snyder solo hubiese existido Bob Kane… Pero a finales de la década de los ochenta llego a las páginas del Hombre Murciélago un trío de autores (que se convirtió en pareja cuando John Wagner lo dejó tras una docena de números) que nos dejó una de las mejores etapas del personaje, y que aprovechando el 75 aniversario del mismo quiero reivindicar desde aquí, la de Alan Grant y Norm Breyfogle. Pero en lugar de analizar detalladamente esa etapa, quiero centrarme en una pequeña historia titulada “Fever” publicada en Detective Comics 583 y 584 (1987) y en la que haría aparición por primera vez uno de los villanos mas dementes y memorables de Batman, el Ventrílocuo (y Scarface).
Gotham se enfrenta a una nueva ola de crímenes, en esta ocasión provocada por una droga de diseño llamada Fever que está causando furor entre los adolescentes y que transforma a sus consumidores en seres irracionales y violentos dispuestos a lo que sea con tal de conseguir una nueva dosis (vamos, como la mayoría de drogas pero aun peor) La policía se encuentra impotente ante esta nueva amenaza y sus intentos de frenar la propagación de esta droga han fracasado, pero Batman no piensa detenerse hasta llegar al responsable de todo esto y detenerlo antes de que pueda causar más daños.
¿Pero quién es el criminal que está distribuyendo esta nueva droga entre los más jóvenes de la ciudad? Se trata de un nuevo villano que demostrara no solo ser uno de los más dementes a los que Batman se ha enfrentado jamás, sino también uno de los más despiadados. Su nombre es Scarface, un mafioso al viejo estilo con su traje a rayas, su sombrero fedora, su ametralladora Thompson, una cicatriz que le cruza la cara a la que debe su apodo… y que no es más que un muñeco de madera. Arnold Wesker, alias el Ventrílocuo, es la verdadera mente criminal que está distribuyendo esta nueva droga por toda la ciudad y que tiene en jaque a la policía, solo que él está convencido de no ser más que un pobre peón asustado a las órdenes de Scarface.
En aquel momento no se sabía qué clase de trauma había provocado semejante desdoblamiento de personalidad ni importaba, no era como hoy en día en que necesitas media docena de números para explicar de dónde sale el personaje y de paso rellenar el TPB. Lo único que teníamos claro es que mientras que Wesker era alguien pasivo, dócil y que aborrecía la violencia, Scarface era una máquina de matar despiadada y sádica que no sabía lo que eran los escrúpulos y a quien sus propios hombres temían. Vamos, que formaban una pareja perfecta para llevar a cabo su carrera criminal en una ciudad tan desquiciada como Gotham City.
Batman le descubrió, se horrorizo ante su crueldad, le detuvo y un nuevo villano se añadió a las filas de la ya numerosa galería de villanos de Batman, convirtiéndose en uno de los añadidos más interesantes, e infrautilizados, de las últimas décadas. Este no fue sino uno de los muchos personajes que Grant y Breygfole crearon en su etapa en Batman, Cornelius Stirk, Ratcatcher, Kadaver, Victor Zsasz, Anarkia, Joe Potato… personajes que no dejaban al lector indiferente y que encajaban como un guante en la mitología de Batman, pero de entre todos ellos el Ventrílocuo (y Scarface) fue el más memorable de todos ellos. Su estética de gánster de los años 30 y lo demencial de su forma de ser casi le hacían parecer un villano clásico de los tiempos de Bill Finger y Bob Kane, y le hicieron ganarse un lugar de honor en la historia de Batman.
Alan Grant y John Wagner son dos de eso autores formados en las paginas de 2000 A.D, siendo Wagner el creador de clásicos del cómic británico como el Juez Dredd, Strontium Dog o Robo-Hunter entre otros, y habiéndose pasado Grant unas cuantas décadas escribiendo a esos mismos personajes tanto en solitario como en compañía de Wagner, y esa experiencia se nota en su forma de escribir. Historias cortas que van directas al grano, un mundo que no parece tener sentido poblado por personajes de lo más pintorescos, y por encima de todo ello un héroe solitario tratando de poner orden en todo ese caos, no se podía haber escogido a nadie más adecuado para el trabajo. Breygfole por su parte fue un novato con mucho talento y algo de suerte. Tras una temporada como ilustrador de libros y manuales técnicos y tan solo tres años después de debutar en el mundo del comic, en los que hizo trabajillos sueltos en First, Marvel y Eclipse Comics, recaló en DC Comics para encargarse de uno de sus personajes estrella. Su estilo de dibujo a veces rozaba lo caricaturesco, y la capa de Batman casi parecía tener vida propia, pero tenía una expresividad y dinamismo endiablado que hacía que fuese todo un placer la lectura de esta etapa y que dejo huella en el personaje.
De Detective Comics pasaron a Batman y de allí a Shadow of the Bat, pero todo lo bueno termina y esta etapa no fue una excepción. En los últimos años Alan Grant ha escrito guiones para series de animación del estudio Man of Action, ha seguido colaborando con 2000 A.D. y ha publicado trabajos propios aquí y allá. Norm Breygfole por su parte se ha estado dedicando sobre todo a la ilustración publicitaria, aunque en los últimos años ha vuelto al mundo del comic dibujando un par de series para Archie Comics y regresado al universo de Batman en Batman Beyond. Pero aunque hoy en día ambos autores se encuentren algo desaprovechados, algo que por desgracia sucede demasiado a menudo, los que leímos y disfrutamos en su día su trabajo con Batman no les olvidamos. Por eso he aprovechado la ocasión de este aniversario para reivindicar esta gran etapa, que pese a haberse reeditado entera en formato de lujo en España, en su país de origen no parece haber sido reeditada jamás, algo que no puedo decir que me sorprenda…