Pues resulta que hará un par de meses largos salió una novela escrita entre por Julián Clemente y Helio Mira llamada «Los chicos que coleccionaban tebeos», que es algo así como Amelie en versión lectores de superhéroes en los 80; una mirada nostálgicamente almibarada de todo lo relacionado con la viñeta en aquellos tiempos. Tiempos en los que vivíamos con Watchmen en los kioskos publicándose mes a mes, tiempos en los que un montón de hijos de puta -y he dicho bien, HIJOS DE PUTA- dejaron de comprar Los Nuevos Mutantes porque creían que Sienkiewicz dibujaba muy mal. ¡Hijos de puta!
A través de los personajes que componen la serie -y que profesan su amor a Claremont pero QUE PASAN DE LEER LOS NUEVOS MUTANTES- los autores intentan que revivamos o conozcamos por primera vez lo que era ser frikis en unos tiempos anteriores a tal vocablo, unos frikis muy chungos que se sentían poseedores de una verdad secreta o algo parecido por saber que cuernos significa la onomatopeya «¡snikt!». No voy a entrar yo a criticar la novela -eso voy a dejar que lo haga M’Rabo, que se que le tiene muchas ganas- pero lo que si que voy a hacer es tomar como punto de partida el final de la misma, más o menos el estreno del Batman de Tim Burton y el advenimiento de la Batmanía. Una época en la que los chicos estos consideran que de repente todo el mundo leía tebeos y que «ya no tenía mérito». Los cojones, Vietnam estaba por llegar y lo que se había vivido era la parte alegre de los 60 pero sin presidentes muertos…
1990 marcó el principio del fín. Porque si los personajes de la novela hablan de que Marvel se estaba echando a perder con cosas como Nuevos Vengadores o La Visión y la Bruja Escarlata -al pobre Richard Howell lo califican como «alguien que dibujaba con dos manos izquierdas»-, con la llegada de la nueva década Rob Liefeld enseñaría a todo el mundo que se puede dibujar mientras se conduce, Jim Lee que lo suyo si que eran Barbies y no lo de John Byrne y que lo de DC comics en la segunda mitad de los 80 era un espejismo, y que volvíamos a la mediocridad con sagas como Armaggedon 2001 -que luego ya vendría Hora Zero, que directamente era mala de cojones-. Seguíamos teniendo la JLI/JLE, Claremont zozobraba en X-men y Peter David empezaba a deslumbrar en Hulk, pero… La magía se había perdido para siempre.
Los protagonistas de la novela original podían pensar que, detrás de todo su almibar, veían esos cómics con nostalgia, como algo especial; en el capítulo final se dice textualmente que los mejores años de su vida fueron los del instituto, que nunca ha leído mejores tebeos que en aquellos cuatro años. Yo lo digo bien claro, no es una cuestión de nostalgia, es que a los muy cabrones les tocó la lotería. Les llega a tocar el instituto los cuatro años posteriores y no le quemaban la libreria al tal Cobra, le quemaban vivo al Tom DeFalco: Entre 1990 y 1998 tanto DC como Marvel -sobre todo la segunda- caen hasta los mayores abismos, publicando algunas de las historias más infumables de su historia. Es la época del crossover y la especulación, de las portadas metalizadas y los vergonzosos inicios de Image.
En España y tras varios años agonizando por las bajas ventas y una política editorial basada en publicar carísimo, Zinco muerde el polvo y los derechos de DC acaban en manos del Grupo Editorial Vid, gente a la que por aquel entonces el mercado español les interesaba poco o nada y que no tenían ni la mitad de interés por cuidar la edición del que tuvo Zinco en su día. Mientras tanto en la editorial Planeta habían descubierto los mangas, y empezaban a preguntarse si merecía la pena seguir publicando Marvel si con un puñetero número de Dragon Ball vendías más que todas las series de mutantes juntas. Era el fín de los tiempos, el peor de los tiempos para leer tebeos desde los años 70; en aquellos tiempos se publicaría poco y mal, pero por lo menos el material original era potable. Y sin embargo, sobrevivimos…
Porque la JLA de Morrison podía estar dibujada de forma mediocre, pero estaba bien. Starman era una joya a descubrir por casi todo el mundo. Las ediciones de Vertigo -primero las de Zinco, luego las de Norma- podían ser escandalosamente caras, pero por lo menos sabías que no te ibas a sentir estafado al terminar de leerlo como cuando te leías La Guerra del Infinito, La Guerra de los Dioses o Matanza Máxima.
Asi que no, no habría sido posible disponer de un marco suficientemente edulcorado que sirviera de secuela a «Los chicos que coleccionaban tebeos». Es cierto que en peores plazas se ha toreado -sólo hay que ver lo que hizo Roberto Benigni con el holocausto en «La Vida es Bella»- pero el resultado sería aun más insufrible si cabe. Porque la nostalgia es muy puta y puede hacer que hasta Superman IV sea maravillosa en el recuerdo, pero los 90 fueron nuestro Vietnam y a muchos de nosotros nos dejó traumatizados de por vida, haciendo que de vez en cuando nos despertemos sudorosos por la noche susurrando «el horror, el horror…»