Bob Kane era un jeta profesional que aspiraba a poder seguir siéndolo el resto de su vida. No tenía un gran talento para esto de los cómics, pero en la Nueva York de los años 30 el que le echaba morro y ganas conseguía cualquier cosa aunque fuera a costa del vecino. Y Bob Kane quería ser reconocido como un gran artista, ganar montones de dinero y no dar ni un palo al agua. Y lo peor de todo es que lo consiguió…
A finales de los años 30 Kane ya empezaba a darse cuenta de que lo suyo no era dibujar. No poseía el talento de su amigo de la infancia Will Eisner ni la constancia de él. A Kane le gustaba demasiado el salir por la noche con mujeres exhuberantes aunque luego no fuera a acostarse con ellas, le encantaba aparentar ser lo que él quería ser y no era. Su trabajo para la pequeña editorial de Jerry Iger & Will Eisner era más bien discreto, y Bob seguía soñando con el gran pelotazo que le haría rico. Y es entonces cuando llega 1938 y la aparición del mayor bombazo editorial del cómic americano en todo el siglo XX: Superman.
Bob Kane supo pronto que tenía que crear un superhéroe, que debía que hacerlo para la editora de Superman y que si conseguía la cuarta parte del éxito del héroe de Siegel y Shuster, ya podría vivir del cuento de por vida… Para entonces Kane ya había conocido en una fiesta a un guionista novato y desconocido llamado Bill Finger, un tipo honesto y trabajador que había aceptado trabajar para el «estudio Bob Kane», que no era otra cosa que ser su negro y que Kane luego te pagara una fracción de lo que a él le pagaba DC.
El origen de Batman esta envuelto de mentiras y datos dudosos, pero tanto la versión de Bill Finger como la de Bob Kane coinciden en que a Kane se le ocurrió un personaje con alas de murciélago en plan Leonardo Davinci que llevaba los calzoncillos por fuera y un antifaz. Y que se llamaba «The Bat-man» -aunque sobre esto último todavía hay algo de debate-. A Finger se le ocurrieron otras cuantas cosas, como que el personaje llevara una capucha en vez de un antifaz, que llevara guantes -para no dejar huellas- que fuera vestido de negro y gris y que se asemejara más a un murciélago. Y de repente lo teníamos ahi, en el número 27 de Detective Comics.
La primera historia de Batman poco o nada tiene que ver con las primeras de Superman. Batman no tiene el nervio ni la chispa de aquel Hombre del Mañana, y su primera historia es tremendamente ñoña; el dueño de una planta química es asesinado a puñaladas y las huellas de su hijo están en el arma. El comisario Gordon se lleva a su amigo Bruce Wayne -que es un millonario «socialita» que se aburre mucho- a ver la escena del crimen. Pronto descubren que las huellas estan en el arma homicida porque el hijo es gilipollas y le arrancó el puñal con las manos desnudas -y que para colmo luego le dio la vuelta, dejando la herida boca abajo y dejando que se desangrara el pobre hombre en sus brazos-.
Es entonces cuando un socio del fallecido llama a la policia avisando de que tanto el muerto como él han recibido llamadas anónimas amenazándolos. Gordon, lejos de mandarle a la policia para protegerlo, se limita a decirle que «no abra a nadie y que espere». Y claro, ni siquiera Batman llega a tiempo para evitar que lo maten. El Caballero Oscuro se encarga de los asesinos, que lo reconocen al instante como tal; este no es un Batman completamente novato, porque el personal ya lo conoce.
Mientras tanto, el tercer socio de la compañía ha huido a casa del cuarto socio, temiéndose el peligro de los asesinos esos. Allí intenta asesinarlo el asistente de su socio, que lo mete en una botella de cristal gigante que llena de gas venenoso. Sin embargo, Batman llega a tiempo de rescatarlo, rompiendo la botella en cuestión con una llave inglesa -el que haya visto la pelicula de James Gunn «Super» reconocerá esa llave inglesa como el accesorio ideal para cualquier superhéroe-. Finalmente, el cuarto socio en discordia llega e intenta matar al tercero, pero Batman salta al rescate y lo tira a un tanque de ácido (pero tranquilos, que esta demasiado gordo como parecerse al Joker). El cómic acaba con la revelación de que Bruce Wayne es Batman. Y fín.
¿Que puedo decir? Pues que Bob Kane no sabe dibujar, que Batman no es un personaje suficientemente interesante y que es un milagro que esto tuviera éxito. Es cierto que las historias de Bill Finger van mejorando, pero en esta el plan del cuarto socio de matar a todo el que se pone por delante es tan absurdo que casi dan ganas de llorar. Sin embargo Batman es Batman, se parece mucho más al personaje que conocemos hoy en día de lo que el Superman de la época se parece al de ahora. El Batman de los años 30 no se corta en matar gente, pero por lo demás no se diferencia mucho del actual.
Bob Kane conseguiría el éxito suficiente como para poder contratar a más trabajadores no acreditados en su estudio que trabajaran por el, dedicarse a vivir la vida y asegurarse que, a diferencia de Siegel y Shuster, se le reconociera en todo momento la autoría de «su» personaje; todo esto a base de un oscuro trato con DC por el cual él recibía royalties mientras no apoyara a Siegel y Shuster en su lucha por recuperar a Superman. Bill Finger murió en los años 70 sin serle reconocida su aportación, aunque con los años las cosas cambiaron y la verdad empezó a salir a la luz…