Amanecer Manga (II) – Vinieron para quedarse: La semana del manga

En 1992, Son Goku llegó y arrasó. En un principio, no fue tanto una victoria del manga como de Dragon Ball y Akira Toriyama en particular; todo lo demás tampoco vendía tanto. Las series que venían vía Viz Comics (El Puño de la Estrella del Norte y Crying Freeman en un principio, más las que llegarían a continuación como Baoh, Xenon, Grey y Kamui) no tenían mucho éxito. Tal vez fuera por publicarse mensualmente en números de 48 páginas o por no tener la publicidad que da una versión anime en TV, Planeta no sacaba buena tajada de ello. Sin embargo, sabían que Dragon Ball era la punta del iceberg, con lo que Planeta y sus competidores se lanzaron sin dudarlo a la caza de nuevos manga.

Mientras Alfons Moliné trataba de decirnos que los mangas no eran solo violencia, estos eran todos los mangas que publicaba Planeta. Creedme cuando os digo que Dragonball era el menos violento…

El primer referente que tenían estaba, por supuesto, en lo que se emitía en aquel momento por televisión. Si a finales de los 80 las televisiones autonómicas habían comprado un montón de anime para rellenar sus parrillas, con la llegada en el 90 de las televisiones privadas ocurrió lo mismo: Ranma 1/2, Cazador, Bésame Licia, Bateadores, Campeones, Lupin, Juliette Jet’Aime, Johnny y sus amigos, Supercampeones, Caballeros del Zodiaco, Chicho Terremoto… La televisión emitía anime a todas horas mientras se dedicaba a ponerlo a caldo en los telediarios por lo violento o el contenido sexual que traía consigo; el objetivo era crear un complejo de víctima en el consumidor del manga, el objetivo era radicalizarlo y hacerlo militante, tatuarle el manga de por vida. Superficialmente podía parecer que estábamos ante una caza de brujas del manga y el anime (algunas autonómicas llegaron a quitar Dragonball), pero los mismos canales de televisión que llevaban a cabo esta campaña antimanga eran los que emitían anime a todas horas; esto provocaba que el espectador viera su afición amenazada y se volviera más fan del producto, asegurandole la audiencia a las cadenas. Y las editoriales de manga, por supuesto, estaban encantadas de ponerse en primera línea de defensa del cómic y la animación japonesa, aunque que yo sepa ninguna se querelló contra el telediario de Antena 3…

Los videojuegos descubren el manga. La retroalimentación con las consolas empieza…

Mientras tanto, en el mundo de los videojuegos empezaba a ocurrir otra fiebre nipona. Tras años de hegemonía del Spectrum, las videoconsolas japonesas empezaban a entrar fuerte en el mercado; Sega y Nintendo lanzaban sus productos con juegos japoneses como productos estrella, con lo que las revistas de videoconsolas empezaron a hacer frente común con los mangas para aprovechar la fiebre oriental. Hobby Consolas, la revista más importante del sector en aquel momento, inició la carrera dedicando gran parte de su número 18 a Dragon Ball y el manga en general, dando mayor cobertura a posteriori a los juegos basados en mangas e inflando sus notas (aunque esto en la prensa de la época era bastante habitual, no nos engañemos). Tal fue el éxito de aquel número 18 de Hobby Consolas con Son Goku en la portada, que su competidora Superjuegos perdió completamente los papeles llegando a incluir en el interior de la revista un infame suplemento sobre Japón con fotos de japonesas en bikini. Y cuando digo infame, es que era realmente infame. Todo esto provocó que palabras como «mangaka» y «otaku» empezaron a manejarse en el lenguaje diario, y de repente gran parte de una generación se vió consumiendo exclusivamente videojuegos, comics y televisión japonesa. Comenzaron a surgir tiendas de videojuegos por doquier bautizadas con nombre japonés, que exponían cualquier cosa que oliera al País del Sol Naciente: videojuegos, mangas, muñecos, fanzines, muñecas hinchables, supositorios, cómics de X-Men en japonés… Bueno, tal vez supositorios no, pero os aseguro que te podías encontrar cualquier cosa venida de Japón; aquellas tiendas eran oficinas turísticas de Japón sin ningún tipo de licencia para ello: cualquier cosa que oliera a algo nipón vendía.

Que no, que aunque sólo publiquemos esto, los mangas no son solo tetas y violencia…

Mientras tanto, anochecía en el mundo del cómic no japonés. En una repetición de lo ocurrido en los 80 con los superhéroes, el público que no había recibido con los brazos abiertos al nuevo fenómeno acusaba a la invasión japonesa de la bajada de las ventas de todo cómic no japonés, ya que absorbía totalmente cualquier recambio generacional entre los lectores. Sin embargo, ni los escandalosos precios a los que se vendía el cómic europeo (y el americano que no editaba Planeta) ni la lamentable calidad del cómic americano de aquella época (violado y maltratado por la llegada de los especuladores y el esperpento de la primera década de Image) ayudaba mucho a que el nuevo lector mirara a otro lado que no fuera al manga. El producto nipón era relativamente más barato (por lo menos en el caso de Dragon Ball) y tenía la promoción que le daba la televisión.

Alita y otras series se publicaban a golpe de series limitadas de 48 páginas. El formato las hacia muy frustrantes de seguir…

Sin embargo, el que los autores de un cómic fueran japoneses no garantizaba el éxito, ya que por el camino hubieron múltiples naufragios. Norma editorial, que por aquella época había conseguido bastante éxito con Video Girl AI (un culebrón adolescente cuyo mensaje sería más o menos que viendo porno te echarás novia) consiguió los derechos de un par de series de cierto éxito en TV, Johnny y sus Amigos (Kimagure Orange Road) y Cazador (City Hunter). Las series, que publicó en el mismo formato de Video Girl AI (esto es, 48 páginas que se caían solas, precio insultantemente caro y papel lamentable con tapas de cartón) fracasaron estrepitosamente. En el caso de City Hunter se excusaron con que la serie fue publicada en sentido de lectura oriental y el público no estaba acostumbrado a ello, pero años después ambas series llegarían a ser publicadas en su totalidad en otro formato (en tomos a la japonesa, aunque en el caso de City Hunter la edición se cortó por esas cosas que tenía Mangaline). Lo mismo le pasó a Planeta con Ranma 1/2 o con Maison Ikkoku, formatos inapropiados para mangas de desarrollo muy lento (Rumiko Takahasi es así) que no aguantan bien ese ritmo de publicación y un precio elevado. Mención especial se merece el caso de Saint Seiya, que salía semanalmente en el mismo formato que Dragon Ball y que se pegó el gran batacazo; seguramente algo tuvo que ver que el manga era peor todavía que el anime, que no era precisamente ninguna maravilla…

Que no coño, que los telediarios no tenían razón respecto a los mangas…

Pronto todo el mundo estaba publicando manga, y a las ya mencionadas Norma y Planeta se les unieron La Cúpula (con Gon y los primeros mangas eróticos), Glénat (una rama de un editor francés que utilizaba el manga como sistema de financiación para cómics más minoritarios, heroicidades románticas de Joan Navarro) que publicaría cosas como el manga de Street Fighter II, la revista Kabuki y un fenómeno curioso pero bastante importante; el primer manga erótico español, Sueños. En realidad estábamos ante el primer tebeo dibujado al estilo de los mangas, la primera prueba de que la fiebre se había consolidado y de que los futuros profesionales que se estaban formando en ese momento empezaban a asimilar completamente el nuevo estilo. No tardaría en aparecer una parodia de Dragon Ball, DragonFall, que certificaría que los mangas habían venido para quedarse…

Los primeros números de Dragonfall eran un visto y no visto, se agotaban nada más salir. Y lo peor es que tenía más de Superlópez que de Toriyama…

Veinte años después y tras la práctica desaparición de cualquier tipo de cómic o manga de los kioskos -gracias en parte a políticas editoriales de dudosa legalidad-, el manga sigue aquí. Editoriales que tratan de publicar europeo, nacional o americano siguen viendo al manga como una posible fuente de financiación, y a pesar de que ahora mismo estemos en mitad de una fiebre superheroica -y es que los Vengadores pegaron fuerte, amigos-, se siguen celebrando salones «de lo japonés» que se hacen llamar salones «del manga», aunque en realidad sólo sean exhibiciones de cosplay o mercadillos de almohadas erótico-festivas. Sin embargo, Dragon Ball nunca llegó a tener un recambio generacional; a pesar de que en Japón parece haberlo tenido con Naruto o One Piece, en occidente ni siquiera Pokemon a llegado a ser tan popular como las aventuras de Son Goku. Si a eso le sumamos la crisis creativa (y financiera) que vive Japón, más la curva descendente que lleva otro de sus mercados más importantes como son los videojuegos, parece que la invasión empieza a tocar a su fín. Quien sabe, quizás dentro de unos años estemos todos invadidos por los manhwas…

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